“Mi hija se orinó encima y no dejaba de gritar”: vivir con ansiedad por separación
Danai empezó a orinarse en la cama, se metía la mano entera dentro de la boca, hacía muecas y ya no quería ir a la escuela. Los síntomas comenzaron en 2016, cuando la niña tenía seis años y su papá se fue en busca de un futuro mejor para la familia en otro país. "Cada vez empeoraba más y yo sin darme cuenta”, recuerda María, su madre.
María y la niña vivían en Barquisimeto, una ciudad ubicada en el occidente de Venezuela. La mujer, que hoy tiene 37 años, conoció a su esposo hace una década, cuando este llegó en una misión procedente de Cuba y comenzó a trabajar para el gobierno venezolano. Ni María ni Danai son sus verdaderos nombres, ella prefiere no revelarlos.
El esposo de María comenzó a cuestionar cosas que pasaban en su trabajo y fue atacado por grupos organizados pro gobierno. No solo lo golpearon, también fueron a su casa y amenazaron a su familia con armas, incluso a Danai. Después del ataque, la pequeña se volvió temerosa, no quería despegarse de su padre ni un momento.
Las amenazas continuaron y el padre decidió buscar un nuevo destino. Salió por la frontera entre Venezuela y Colombia, atravesó siete países y, a veces, pasaban días que se supiera nada de él, “y yo transmitiéndole mi dolor a mi hija. La niña lloraba a gritos por su papá y solo me decía que ella iba a ser feliz si él venía otra vez”, cuenta María.
La situación con la niña era tan difícil de manejar que en la escuela la refirieron a un especialista. Conocieron entonces a un psicólogo de niños que diagnosticó a Danai una condición de ansiedad extrema y le dijo la madre que si no se reunía con su padre, podía empeorar.
Próximo destino: Estados Unidos
Rubén La Rosa es el psicólogo que comenzó a tratar a la pequeña Danai. Dice el experto que los síntomas que presentaba corresponden al Trastorno de Ansiedad por Separación. En estos casos, los niños tienen pensamientos recurrentes de que no volverán a ver a sus padres o que a estos les sucederá algo catastrófico, como la muerte o un accidente. También experimentan angustia y malestar recurrentes ante la posibilidad de no estar juntos o temor de que estos los olviden o que no vuelvan por ellos.
La somatización es parte de los síntomas, por eso es común que manifiesten tener náuseas, dolores estomacales o cefaleas. Y puede haber resistencia para ir a la escuela o a otros lugares, miedo excesivo a estar solos y pesadillas constantes.
“De no recibir atención psicológica oportuna, la patología se puede agudizar, los síntomas se pueden volver crónicos y el colapso emocional podría desembocar en una depresión”, explica La Rosa. “También hay que tomar en cuenta que los trastornos de ansiedad deben ser evaluados por el psiquiatra infantil para verificar si amerita o no tratamiento farmacológico (generalmente se utilizan antidepresivos o ansiolíticos)”.
María estaba desesperada y no tenía dinero ni ahorros para pagar un boleto de avión. Decidió vender todos sus bienes y así pudieron llegar a México, donde se reunió con su esposo. Como por arte de magia, la niña empezó a cambiar: ya no se orinaba, ni se metía la mano en la boca, pero no quería apartarse de su papá ni un segundo.
En México estuvieron dos meses, hasta que decidieron pedir asilo político en Estados Unidos. Entraron por la frontera de Laredo, Texas, y allí los detuvo el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus sigla en inglés). Relata María que hubo agresión verbal y maltrato por parte de los agentes, a su esposo se lo llevaron no sabe a dónde y “mi hija se orinó encima y no dejaba de gritar”.
A ellas las metieron en un cuarto con otras 20 mujeres y sus hijos. Aunque era el verano de 2017, hacía mucho frío, no tenían abrigos y entre todas trataban de dar calor a los niños.
Veinticinco días de encierro
María y Danai vivieron 25 días en un centro del ICE, en Texas. El tiempo que estuvieron detenidas, madre e hija nunca se separaron. Si hubiesen cruzado la frontera este año, tal vez no habrían corrido con la misma suerte.
En abril de 2018 el gobierno estadounidense puso en marcha la política de "tolerancia cero" hacia la inmigración irregular, en su frontera con México; una de sus consecuencias fue la separaron de más de 2,500 menores de sus familiares, bajo custodia de los servicios migratorios. Tras todo tipo de críticas y protestas, el presidente Donald Trump derogó la medida y a finales de julio, casi 2,000 niños y adolescentes estaban de vuelta con sus padres.
Muchas de las familias que intentan entrar al país norteamericano piden asilo en la frontera alegando la violencia que impera en sus países de origen, como El Salvador, Guatemala, Honduras y Venezuela. Según la Organización de las Naciones Unidas, hasta el 26 de abril de este año, 170,169 venezolanos habían solicitado asilo político en todo el mundo, la mayoría de ellos en Estados Unidos; de hecho, la inmigración venezolana en el mundo creció 110%, entre 2015 y 2017, al pasar de 700,000 personas a un millón y medio.
La movilización ha dado pie a separaciones y, en consecuencia, muchos niños y adolescentes están afectados emocionalmente. Como una manera de aportar, el psicólogo Rubén La Rosa se ha dado a la tarea de difundir información para orientar a padres y cuidadores, a través de su cuenta de Instagram, donde es conocido como Redsiliente. Dice que este es un trastorno que puede dejarles secuelas hasta la vida adulta.
“Todo dependerá del manejo y la contención emocional que el niño tenga, así como su edad y nivel de desarrollo; antes de los seis años de edad, el riesgo es mucho mayor", explica el especialista venezolano. Otros aspectos que influyen emocionalmente son el manejo de la información que los padres den al niño sobre el plan migratorio y las características del cuidador a cargo (si es una persona de confianza, por ejemplo).
Una vez en la calle, María y su hija viajaron en autobús durante dos días hasta Miami, en el estado de Florida, a casa de un conocido. Luego volvieron a Texas, a casa de una amiga que vivía en Houston y su esposo también estaba detenido en la frontera. María no consiguió trabajo y otra amiga le ofreció su casa, esta vez en Phoenix, Arizona.
La mujer comenzó a trabajar, reunió dinero, pagó la fianza de su esposo y lo sacó del centro donde estuvo detenido por cinco meses. Durante ese tiempo, hizo todo lo posible para que su hija se sintiera mejor, siguiendo lo que le había enseñado su psicólogo, y logró que sus días fuesen más tranquilos.
Danai está por cumplir ocho años y, desde que vive con su papá y su mamá en Arizona, “todo marcha bien. La niña sigue cada día más pegada a su padre, pero con ganas de ir a la escuela. Ya llevamos un año aquí, nos va bien y ella está mejorando y adaptándose, gracias a Dios”.
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